LLAMADA PRECISA DE DIOS A MARIA: EL MISTERIO DE LA ANUNCIACIÓN.
EL FIAT DE LA HIJA Y DE LA SIERVA.
Primer acto de Fe Cristiana
«…el creyente no ve, oye. Oye la Palabra de Dios. Por ser divina, esta palabra no actúa desde el exterior como la palabra humana, sino desde dentro, y por eso esta palabra posee un realismo y una eficacia únicos; permite un verdadero contacto interior de nuestro espíritu en lo más profundo de él con la Luz divina, con el Verbo.
María escucha y guarda en su corazón esta palabra dejándola echar raíces en ella, desarrollar toda su virtud divina, apoderarse de ella hasta el final. En su inteligencia y en su corazón nada se resiste, nada se opone, todo está entregado a la acción directa de Dios. En ella no hay división, no hay restricción o limitación de este don fundamental de su espíritu y de su corazón. Gracias a su voto de abandono, todo está divinamente dispuesto para esta influencia directa de la palabra de Dios sobre ella. El abandono evangélico está ordenado a la recepción de la palabra de Dios. Es como la labor que permite que la tierra sea una ‘tierra buena’ capaz de recibir la semilla divina, el germen de vida. Sin este abandono nuestra alma está árida, encerrada en sí misma, incapaz de abrirse a la palabra de Dios.
Desde luego, María recibe la palabra de Dios en el non visum , en la oscuridad y en las tinieblas. No ve nada; no hace más que escuchar y tocar; se deja tomar por la verdad de su Dios hasta en las profundidades más vitales de su inteligencia. Ella acepta con gozo que Dio se comunique en el silencio, de manera muy oculta y misteriosa. Acepta libremente y con amor que la «Luz » y la «Palabra» le sean dadas en las «tinieblas» y el «silencio»; esto forma parte de este misterio de plenitud de fe. La fe no da la luz, pero prepara y ordena a ella las fuerzas más vivas de nuestra inteligencia.
Si todo se realiza en la oscuridad y las tinieblas, sin embargo, todo se realiza en la certeza. María está sedienta de que su espíritu, en lo más íntimo de él, quede totalmente determinado por la verdad divina, por el Verbo. Su fiat realiza esto maravillosamente; la fija en Dios y la separa, por el mismo hecho, de todos los cambios y contingencias de las criaturas. En este acto de fe su espíritu adquiere una certeza nueva que le permite mantenerse firme, como si viese cara a cara al que le es dado de un modo invisible, en las tinieblas, pero más íntimamente presente que nunca.
P. Marie-Dominique Philippe
«Misterio de María», (Ed. Patmos)
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